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El 26 de noviembre del año 1992 el Rey Juan Carlos I presidió la inauguración de la sede del Consejo Oleícola Internacional (COI) en Madrid. Una fecha que fue adoptada por este organismo internacional para conmemorar el Día Mundial del Olivo, una oportunidad para reivindicar lo que este cultivo supone para la agricultura, para la economía, la cultura y las sociedades de los países productores, especialmente en España.
Una fecha que Aceites de Oliva de España quiere aprovecha para homenajear a las mujeres y hombres que han sido el verdadero motor de la revolución que ha vivido este sector desde ese lejano noviembre de 1992.
Por lo pronto, nuestro olivar es más grande. Ha pasado de tener dos millones de hectáreas en 1992, a los 2,5 millones que cultivamos en la actualidad. Pero el olivar de mediados de la segunda década del siglo XXI se parece muy poco al de las postrimerías del segundo milenio. En aquella época existían 115.000 hectáreas de oliva de almazara en regadío. En 2014 esa cifra se había multiplicado casi por cinco hasta las 560.900 hectáreas. De esta forma, el olivar de almazara es el cultivo de regadío que suma mayor número de hectáreas en nuestro país, según los datos de la Encuesta sobre Superficies y Rendimientos de Cultivos de 2014 del Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente.
Más impresionante, si cabe, es que casi el 95% de la superficie de olivar emplea riego localizado, básicamente por goteo, el sistema más moderno, eficiente y respetuoso con el medio ambiente. Porque si de respeto al medio ambiente hablamos, nuestros agricultores son también líderes mundiales, con más de 170.000 hectáreas de olivar en producción ecológica, lo que lo convierte en el primer cultivo ecológico de España. A eso hay que unir el casi medio millón de hectáreas cultivadas en producción integrada.
Evidentemente, esas mejoras se han dejado notar en la productividad de nuestros olivares. A principios de la década de los 90 del pasado siglo las producciones medias alcanzaban las 600.000 toneladas. Un cuarto de siglo más tarde se sitúan en una media de 1,3 millones de toneladas, con un máximo histórico de cerca de 1,8 millones obtenido en la campaña 2013/2014. Pero, sobre todo, las mejoras han redundado en un espectacular incremento de la calidad de nuestros aceites. En 1992, poco más del 20% de los aceites de podían catalogar como vírgenes extra. Ahora, supera el 50%, y su calidad media es infinitamente superior. Tan sólo hay que recordar que nuestros vírgenes extra reinan en los principales concursos mundiales de calidad.
Un esfuerzo en pos de la calidad que también se deja notar en nuestras denominaciones de origen. En la última década del siglo XX se habían reconocido en nuestro país tres denominaciones, cifra que se ha multiplicado casi por, hasta alcanzar 29 denominaciones que existen en la actualidad, repartidas por todo el país.
Mérito de nuestros agricultores, pero también de nuestras almazaras. En su conjunto han invertido mucho esfuerzo y más de 3.000 millones de euros en las últimas décadas para contar con el olivar y las almazaras más modernas del mundo. Pero también nuestras industrias han dado un vuelco en la forma de presentar el producto al consumidor y de venderlo. Y eso se ha dejado notar especialmente en nuestra penetración en los mercados mundiales. En 1992 exportamos 164.765 toneladas, mientras que en 2014 alcanzamos 1,1 millones de toneladas. De hecho, los aceites de oliva fueron uno de los principales productos agroalimentarios exportados por nuestro país. En concreto, el 10,4% del valor total de nuestras exportaciones en 2015 las aportaron nuestros aceites de oliva. Un porcentaje tan sólo superado, y por muy poco, por la carne de porcino (10,6%) y el vino (10,5%). En ese año vendimos por valor de 2.825 millones de euros.
Todo ello pone de manifiesto el vuelco que ha dado un sector que por fin ejerce sin complejos el liderazgo mundial que se ha ganado a pulso en estos años.