Revista
La subida del precio de los aceites de oliva ha conllevado un descenso en el consumo en los hogares, como así lo atestigua los últimos datos de consumo del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. No obstante, éste no ha sido muy diferente al del resto de aceites vegetales. Ha bajado el consumo de aceites de oliva (-10,2%), pero más pronunciada ha sido la bajada de consumo del girasol (-19,4%) o del de maíz (-13,8%), en contraposición con el orujo, que ha incrementado su consumo (+14,7%).
Aunque este comportamiento no es nuevo, pues continuamos con la tendencia a la baja que se inició en 2009, en el último año sí se observa un cambio en nuestros hábitos de compra. Los españoles compramos en formatos más pequeños y con mayor frecuencia para adaptarse gradualmente a la subida de precios del mercado, tal y como indican los resultados del análisis realizado por la Universidad Internacional de Andalucía, y el Grupo Oleícola Jaén, a través del aula universitaria Oleícola Innova para la Innovación y la Divulgación en la Olivicultura y la Elaiotecnia. En el que ha participado uno de nuestros profesores del Máster en Olivar y Aceite de Oliva de la Universidad de Jaén, Juan Vilar.
¿Qué me dice a mí esto? Que los españoles somos fieles a los aceites de oliva, me atrevería decir que incluso leales. Y así lo percibo a mi alrededor. Mi entorno más cercano, familia, amistades, siguen comprando aceites de oliva, aunque no los consumen en las mismas cantidades. Las nuevas tendencias en alimentación saludable o la penetración en los hogares de las freidoras sin aceites, entre otros factores, han reducido la cantidad. Así, el precio no lo es todo en la elección de los aceites de oliva aunque, por supuesto, influye en nuestro consumo.
Y, en mi opinión, esta situación se debe al gran desconocimiento que existe sobre los aceites de oliva. Se debe a que los consumidores no sabemos diferenciar entre un oliva y un virgen extra, a que pensamos que el orujo tiene las mismas propiedades que el oliva, o que aguanta más en la cocina, etc. Como así lo hemos puesto de manifiesto en numerosas investigaciones llevadas a cabo desde el área de Comercialización de Investigación de Mercados de la Universidad de Jaén.
En definitiva, la confusión imperante en el consumidor equipara a las distintas calidades de aceites de oliva, de modo que el término “oliva” se ha convertido en un heurístico que hace que cualquier producto que lo contenga sea considerado beneficioso. Así, ante dos productos que son “buenos”, en la mente del consumidor, me quedo con el más barato. Por tanto, considero que el incremento en la demanda de los aceites de oliva y, en concreto, del virgen extra, no va a ocurrir solo por un descenso del precio cuando pase esta situación coyuntural de sequía y malas cosechas. No, porque los consumidores españoles vamos a seguir comprando aceite de oliva, no vamos a pasarnos al girasol.
Lo que verdaderamente condiciona nuestro consumo es el conocimiento que tenemos del producto. Y, en este sentido, echo en falta políticas de denominaciones menos confusas, estrategias de comunicación centradas en facilitar a los consumidores los procesos de diferenciación de los aceites, y una formación en alimentación y dieta mediterránea desde edades tempranas.
Artículo de opinión publicado en el número 195 de Óleo.