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En la retórica de la modernidad agrícola, se nos presenta el olivar superintensivo como la solución eficiente para una producción rentable y competitiva. Sin embargo, esta visión tecnocrática, impulsada por la lógica del beneficio inmediato, está hipotecando el futuro de la olivicultura italiana y europea. Es hora de decirlo claramente: no a la agricultura industrializada, no al olivar superintensivo.
El modelo agrícola que se impone en la actualidad responde a una ideología que privilegia el rendimiento sobre la sostenibilidad, la cantidad sobre la calidad, y el cortoplacismo sobre la visión de futuro. Esta ideología, disfrazada de progreso, ha generado una profunda crisis estructural en el sector olivícola italiano, cuyas raíces se hunden en las últimas décadas del siglo pasado y siguen extendiéndose hasta nuestros días.
Un abandono disfrazado de innovación
Las regiones del sur de Italia y las islas, tradicionalmente las mayores productoras de aceite de oliva por extensión y volumen, son también las más castigadas por esta transformación. La modernidad agrícola, lejos de ofrecer soluciones, ha acentuado el abandono de los pequeños olivares, y con ellos, el éxodo del tejido rural y de la economía familiar que lo sostenía. Se trata de un abandono cultural y productivo, el desmantelamiento de un saber ancestral que no ha sido sustituido, sino arrasado.
Modernidad: ¿progreso o devastación?
Este modelo agroindustrial no solo es social y económicamente excluyente, sino que también es ambientalmente insostenible. La agricultura moderna, intensiva en insumos y maquinaria, se ha convertido —después de los combustibles fósiles— en una de las principales responsables de la crisis climática. A ello se suma la pérdida creciente de fertilidad del suelo, consecuencia directa del uso excesivo de productos químicos y técnicas de laboreo profundo que rompen el equilibrio del ecosistema agrario.
En nombre de la innovación, se perpetúa un sistema extractivo que saquea el recurso más valioso que tenemos: el territorio. Un recurso que antaño era común, gestionado con inteligencia por generaciones de agricultores, y que hoy es devorado por un modelo que consume sin regenerar.
El espejismo español y la ceguera italiana
Mientras en España —epicentro del olivar superintensivo— ya se levantan voces críticas desde el propio sector y desde las instituciones, en Italia aún hay quienes promueven este modelo como si fuera una panacea. Se piensa en el hoy sin considerar las consecuencias del mañana: suelos extenuados, ecosistemas destruidos, agricultores endeudados y un patrimonio oleícola irrecuperable.
Detrás del olivar superintensivo están los intereses de grandes viveristas, de la agroindustria química y mecánica, y de un sistema bancario que ha ganado más con las quiebras de las pequeñas y medianas explotaciones que con su sostenibilidad. Y, mientras tanto, se sigue ignorando la verdadera riqueza de nuestra olivicultura: la biodiversidad varietal, la identidad territorial, la calidad sensorial.
El camino está en nuestras raíces
Así como el vino italiano logró su renacimiento gracias a la valorización de los terroirs y las denominaciones de origen —DOCG, DOC, IGT—, con más de 500 sellos de calidad hoy reconocidos, el aceite de oliva puede y debe seguir un camino similar. Los aceites monovarietales, expresión auténtica del territorio y del saber hacer de nuestros oleicultores, representan una oportunidad real de competir en los mercados internacionales sin traicionar nuestra historia ni nuestro entorno.
El olivar superintensivo —que sirvió a la olivicultura española en su momento— ya muestra signos de agotamiento en un mundo que exige otra agricultura. Una agricultura que respete los tiempos de la tierra, que regenere y no degrade, que valore la biodiversidad y no la homogeneidad productiva.
No es una nostalgia, es una visión de futuro
Rechazar el olivar superintensivo no es una regresión romántica. Es una afirmación ética y política. Es defender un modelo agrícola basado en la biodiversidad, la calidad, la sostenibilidad y el respeto a las comunidades rurales. Es apostar por un futuro que no sacrifica la tierra al altar del beneficio inmediato. Porque sin territorio, sin cultura agraria, sin biodiversidad, no hay futuro para el aceite italiano.