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Y el día después del Brexit, Europa respondió con el acuerdo Mercosur. Como si de agua de mayo se tratase, la UE se aferra al tratado que este verano se alcanzó con los países del Mercosur como solución a las turbulencias comerciales que el Brexit, se prevé, provocará a lo largo de todo el territorio europeo. Un proceso lento y costoso donde cada país puso en boga sus intereses y cada sector defendió con firmeza sus posiciones, pero que terminó con la firma de un tratado de esos de los que llaman de libre comercio, algunos con cierto regocijo, otros con prudente reparo.
Cuatro veces el tratado Japón-UE. Siete veces el tratado con Canadá. Las voces clamaban en verano sobre la amplitud y la importancia del acuerdo, uno de los más importantes de los últimos tiempos para un sector como el de la agroalimentación, tan ligado a la economía de los países de América Latina. Todo era euforia el día después de la firma, la rúbrica que conseguía ensamblar las piezas de un puzle tan dinámico como complejo, y a su vez apremiado por las consecuencias inexorables de un Brexit que aquellos días, y todavía hoy, se temía que iba a ser sin acuerdo.
Sin embargo, tras la euforia, han venido también los análisis constatando algunas inquietudes en torno al acuerdo. Francia amenazó con salirse del carro. Había dudas sobre las condiciones de sostenibilidad y respeto al cambio climático, sobre todo en un contexto en el que uno de los países con más peso en el acuerdo, Brasil, veía cómo se extendían los incendios en su Amazonia y, en la opinión de la ministra de medio ambiente francés, a razón de un Bolsonaro que no respetaba el acuerdo climático de París. También los agricultores franceses se habían puesto en pie de guerra contra un acuerdo que, a su juicio, supondría inundar el mercado con productos de baja calidad y poner en riesgo fuentes de trabajo con una competencia desleal. En agosto el país galo anunció que el acuerdo se sometería a discusión antes de dar luz verde. En octubre lanzaron la bomba: Francia no firmará el acuerdo.
Mientras tanto, en España, el sector muestra una crítica precavida hacia el acuerdo. Cooperativas Agro-alimentarias habla del "potencial" del pacto, pero advierte también sobre la "falta de reciprocidad" y la necesidad de ofrecer buenos controles en materia de calidad y sanidad. Ciertos sectores, además, como por ejemplo el de la naranja, podrían no agradecer del todo el aumento de la competitividad extranjera, suficientemente acuciada, ya, por el acecho de la naranja sudafricana o egipcia.
En el aceite de oliva, eso sí, la posición de líderes de mercado mitiga las posibles consecuencias negativas del acuerdo y abre una ventana de oportunidad para los próximos años. El acuerdo ampliará el acceso del producto a algunos de los principales mercados extracomunitarios (como Brasil), eliminando aranceles y limitaciones. No obstante, sí que existe cierta preocupación respecto a la falta de reciprocidad en los plazos de liberalización, mucho más amplios para las exportaciones comunitarias que a la inversa. El aceite de oliva deberá esperar 15 años para la liberalización total de sus exportaciones, mientras que solo deberá esperar 4 para sus importaciones.
El debate está servido, aunque desde el gobierno se muestra un firme compromiso hacia adelante con el acuerdo. Planas definió el acuerdo como "un proyecto estratégico que supone un salto cualitativo", y una solución a la balanza comercial actualmente deficitaria con los países de Mercosur, y, ante las preocupaciones de algunos sectores, afirma haberse negociado "cláusulas de salvaguarda y mecanismos compensatorios" que paliaran los efectos negativos. Oportunidad tendremos, para comprobarlo, en los próximos años, si bien todavía habrá que esperar un tiempo: unos dos años entre la finalización técnica y la ratificación parlamentaria (con la tarea adicional, además, de volver a seducir a Francia), más una década de periodo transitorio en la que los sectores deberán adaptarse a la nueva realidad.