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La obesidad representa una preocupación creciente en la sociedad moderna, con estadísticas que revelan una alarmante tendencia de aumento en su prevalencia. En España, según el reciente estudio ENE-COVID, cerca del 19,3% de los hombres y el 18,0% de las mujeres sufren de obesidad, con proyecciones que indican un incremento anual del 1,9% en la incidencia de esta enfermedad hasta el año 2035. Este preocupante panorama resalta la urgencia de adoptar cuanto antes medidas efectivas para abordar este problema de salud pública.
Por lo tanto, es fundamental comprender cómo unas pautas alimentarias pueden desempeñar un papel clave en la prevención y el tratamiento de la obesidad. Y no hay que mirar muy lejos, expertos de todo el mundo consideran que la dieta mediterránea es un modelo que ha demostrado sobradamente su eficacia en el control de la obesidad: “Este patrón se caracteriza por un alto consumo de alimentos de origen vegetal, como frutas, verduras, legumbres, cereales integrales, frutos secos y aceite de oliva virgen extra (AOVE), un consumo moderado de pescado y lácteos y un bajo consumo de carnes rojas”. Lo preocupante, apunta Malagón, presidenta de la Sociedad Española de Obesidad (SEEDO), es que “durante las últimas décadas se ha producido en España un descenso en la adherencia a la dieta mediterránea. Este cambio ha sido más intenso entre personas en desempleo y con bajo nivel educativo, favoreciendo la desigualdad en los hábitos alimentarios saludables”.
Y ese abandono tiene unas consecuencias en la salud de una parte importante de la sociedad española: “Hay que destacar en este ámbito el estudio PREvención con Dieta MEDiterránea (PREDIMED), un ensayo clínico español, multicéntrico y aleatorizado, que investigó los efectos de la dieta mediterránea en la prevención de eventos cardiovasculares. Este estudio mostró que la dieta mediterránea enriquecida con AOVE o frutos secos mixtos se asocia con una reducción de los eventos cardiovasculares graves, la incidencia de diabetes mellitus tipo 2 y una mejora en el síndrome metabólico en individuos de alto riesgo cardiovascular, con leves efectos sobre el peso corporal y la circunferencia de cintura”, explica Albert Lecube, vicepresidente de SEEDO.
En ese sentido “es imprescindible actuar igualmente a nivel preventivo, con grandes medidas de salud pública y campañas de concienciación, para promover hábitos de vida saludables y dar a conocer los riesgos para la salud que tiene vivir con obesidad, con asignación de recursos presupuestarios propios a este fin dentro de un gran plan nacional frente a la obesidad. En este contexto, debería haber campañas de prevención específicas para la población infanto-juvenil en colegios y a través de redes sociales”. Un reto que hace años que Aceites de Oliva de España asumió, con iniciativas destinadas a la formación en nutrición de las familias como el programa www.aprendeacomersano.org.
Hay que recordar que tanto la OMS como la EFSA recomiendan que los adultos tomen entre el 20% y el 35% de nuestra energía en forma de grasa. Una de las características más relevantes, en relación con la obesidad, es la capacidad del aceite de oliva para promover la saciedad y controlar el apetito. A diferencia de las grasas saturadas, el consumo de grasas monoinsaturadas, presentes en abundancia en el aceite de oliva, ha demostrado estar asociado con una menor incidencia de obesidad y un menor riesgo de aumento de peso. En ese sentido, los expertos en nutrición sugieren un consumo moderado y habitual de aceite de oliva como parte de una dieta equilibrada y variada, siempre supervisado por un dietista-nutricionista en el caso de las personas con obesidad. Según las autoridades sanitarias tanto de la Unión Europea como de Estados Unidos, una cantidad mínima de 20 gramos diarios de aceite de oliva virgen extra (AOVE) puede proporcionar beneficios significativos para la salud, sobre todo, cuando se integra en el marco de una alimentación saludable y un estilo de vida activo.