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El suelo rústico español afronta importantes desafíos, pero también múltiples oportunidades para su desarrollo.
El cambio climático, la escasez de agua y el abandono progresivo de tierras han agravado su situación en algunas regiones. A lo que se suma la reducción y el envejecimiento de la población agrícola: el sector ha perdido unos 100.000 trabajadores en los últimos diez años y más del 40% de los agricultores actualmente tienen más de 65 años. Si además tenemos en cuenta que solo un 8% son menores de 40, no hay duda de que se complica el relevo generacional y está en riesgo la continuidad del sector.
La falta de digitalización e innovación tecnológica también limita el potencial del medio rural. La conectividad deficiente y los escasos recursos dificultan la adopción de herramientas avanzadas que podrían optimizar los cultivos y mejorar la sostenibilidad. Además, la desconexión entre productores y consumidores, junto con un sistema de comercialización con numerosos intermediarios, reduce la rentabilidad para los agricultores. Por otro lado, la rigidez de la contratación pública y su limitada inversión aumentan las dificultades de acceso al crédito y a proyectos de modernización.
Sin embargo, también surgen oportunidades alentadoras, prácticas agrícolas sostenibles y regenerativas, como la reforestación y la gestión del carbono que no solo benefician al medio ambiente, sino que también atraen inversión en proyectos alineados con los objetivos climáticos. La adopción de tecnologías como sensores y drones permite optimizar recursos y aumentar la productividad. Además, diversificar el uso del suelo hacia actividades como energías renovables, ecoturismo y ganadería regenerativa maximiza su valor.
Cultivos como el olivar, que representa el 17% de las tierras de cultivo del país y está presente en 15 comunidades autónomas, presenta oportunidades de innovación agrícola, exportación de aceite premium, expansión del oleoturismo y valorización de productos ecológicos.
El creciente interés de fondos de inversión impulsa esta transformación. El pasado año, la inversión en tierras agrícolas superó los 2.000 millones de euros. De hecho, la tierra es uno de los activos que ofrece mayor seguridad y diversificación frente a otros mercados volátiles.
Generar valor en el suelo rústico, por tanto, no es solo un reto, sino una oportunidad para enfrentar desafíos globales como la seguridad alimentaria y el cambio climático, augurando un futuro prometedor para el medio rural español.
Este artículo de opinión ha sido publicado en el número 199 de Óleo.