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La experiencia de la COP25 está siendo en muchos sentidos intrincada. De un lado, se intuyen las prisas por lograr un acuerdo que satisfazca la demanda cada vez más amplia, no solo de activistas y sociedad civil, sino de empresas cada vez más comprometidas con los valores de sostenibilidad. Del otro lado, las distancias que separan algunos países dejan entrever la complejidad que entraña conciliar los objetivos climáticos con la realidad industrial de cada país. En esta COP25 se han reunido los países que quieren erguirse a la cabeza de la lucha contra el cambio climático (sobre todo en la Unión Europea) con posiciones escépticas que pretenden priorizar las necesidades productivas nacionales, sumado a pequeñas islas y países del Cuerno Africano desesperados por encontrar alguna solución que ponga fin a los desastres naturales que cada pocos años deben afrontar.
Por primera vez sobrevuela en una cumbre climática el concepto de países ganadores y perdedores, y a falta de acuerdo la conclusión más clara obtenida ha sido la necesidad de que los países que pretenden liderar los cambios ayuden a los países pobres a realizar la transición de la manera menos traumática posible. En ese sentido, el Director General de la FAO, QU Dongyu, reivindicó en la COP 25 la Cooperación Sur-Sur (CSS) y la Cooperación Triangular (CT) como herramientas clave para establecer alianzas innovadoras e intercambios tecnológicos para que los países del hemisferio sur puedan abordar el cambio climático al tiempo que alcanzan los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU.
A través de estos mecanismos de cooperación, la FAO ha facilitado el intercambio de experiencias y conocimientos técnicos enviando a cerca de 2.000 expertos a más de 80 países de África, Asia, América Latina, África del Norte y otros lugares durante los últimos 20 años, y se ha invertido más de 370 millones de dólares en proyectos y actividades. Lo que se busca a través de la Cooperación Sur-Sur es convertir las necesidades de desarrollo en oportunidades de inversión para el sector privado, propiciando así la construcción de infraestructuras, la creación de empleo y la promoción del comercio. "Tenemos soluciones, pero para lograr un mayor impacto debemos ampliar y acelerar el proceso" aseguró QU Dongyu, añadiendo que "el tiempo apremia".
La introducción exitosa de nuevas tecnologías a través de la CSS en muchos países ha contribuido a aumentar la seguridad alimentaria, sobre todo a través de la mejora de la productividad agrícola, la diversificación de los cultivos alimentarios, la producción ganadera y piscícola en pequeña escala, y los ingresos rurales."Nos estamos preparando para transformar el sistema alimentario", señalaba QU. "Tenemos que reestructurar las cadenas de producción de alimentos, las cadenas de valor y las de suministro". Una transformación en el mundo rural que está logrando reducir la cantidad de personas desnutridas gracias al aumento de la productividad agrícola, pero que debe también poner el foco en el mantenimiento de la biodiversidad "Es posible conciliar la seguridad alimentaria, la producción agrícola y la conservación forestal", dijo el jefe de la FAO, en un contexto en el que los datos indican que la agricultura contribuye en más de un 70% a la deforestación total del planeta. Con la demanda cada vez más amplia de alimentos, se hace necesario elaborar programas capaces de abordar todos estos desafíos. El programa ONU-REDD, la Madera Sostenible para un Mundo Sostenible, la Gran Muralla Verde o el Decenio de las Naciones Unidas sobre la Restauración del Ecosistema son algunos de los proyectos en los que participa FAO y que su director general quiso enumerar en la COP25.