Revista
En el Mediterráneo, el sector agroalimentario ha mostrado una fuerte resistencia frente a la crisis de COVID-19, tanto en la producción como en la distribución. No obstante, el episodio de la pandemia hizo patente la crucial importancia de la soberanía alimentaria para esta región que está experimentando, por un lado, el crecimiento demográfico y, por otro, el impacto del cambio climático.
La COVID-19 ha generado una mayor conciencia sobre la importancia de la industria alimentaria, así como sobre su seguridad y sostenibilidad entre productores, empresas, gobiernos y consumidores. La producción agrícola es uno de los pilares de la economía, ya que representa el 3% del PIB mundial y casi el 30% del empleo global.
Sin embargo, los mercados agrícolas son inestables y reaccionan a pronósticos especulativos de los operadores experimentando variaciones en los precios, tal y como pasó en 1974, 1986, 1996 o 2008. Los fuertes aumentos de precios desencadenan disturbios y revueltas entre los consumidores, además de una alta inestabilidad de ingresos para los productores: las pymes agroalimentarias y granjas.
Además, debido a la globalización de los mercados, las cadenas agroalimentarias se han fragmentado, lo que las hace más vulnerables a las crisis económicas y de salud. Estas crisis, que se suman a la degradación de los recursos naturales (tierra, agua, biodiversidad) y al cambio climático, cuestionan directamente el sistema alimentario agroindustrial.
La región mediterránea versus cambio climático
Los efectos del cambio climático en la región mediterránea están por encima de la media global. Algo que tendrá consecuencias sobre el bienestar humano en general y sobre el sector agrícola en particular.
El cambio climático y la escasez de agua en el Mediterráneo acrecentarán el impacto de los diferentes conflictos y retos. La mayoría de países han empezado a sufrir las consecuencias de la contaminación y sus efectos sobre la población y la vida. Existe una creciente conciencia de que la situación afecta a todo el mundo y no tiene nacionalidad, religión, ni ideas políticas. Por tanto, la situación exige movilizar y construir a nivel regional un medio ambiente sostenible.
El agua es un elemento vital en el Mediterráneo debido a cuestiones culturales, económicas y sociales. La historia de la región siempre ha ido unida al clima y la dieta. No hay que olvidar que los productos de la tierra dependen del cielo, y es precisamente la gran escasez sufrida a lo largo de la historia la que ha llevado agua a ser tan altamente apreciada, ya que sin ella la supervivencia, el desarrollo o la migración no habría sido posibles.
Se espera que la demanda de agua se incremente entre un 4% y un 22% para poder satisfacer las necesidades de la agricultura y compensar el crecimiento de la población.
Es imprescindible formular un nuevo consenso regional. Hay que dar pasos hacia el futuro y crear una industria agrícola eficiente y resistente al clima. Porque, sin un enfoque para romper las tendencias de despilfarro, sin una mayor cooperación y sin alternativas renovables, los países de la región no lograrán la sostenibilidad y el estrés hídrico aumentará inevitablemente.
Este es el primer paso hacia un futuro que debe aumentar la cooperación entre las riberas del Mediterráneo, y que requiere medidas para ordenar los usos, así como para proteger el ecosistema.
Construcción de nuevos sistemas alimentarios
Es el momento de realizar planteamientos eficientes. Las dietas alimentarias patrimoniales, como la Dieta Mediterránea, deben ser la base para la construcción de sistemas alimentarios regionales basados en proximidad, solidaridad y autonomía y, por lo tanto, que sean más resistentes a las crisis económicas, sociales, de salud o clima.
Al movilizar la agroecología, la bioeconomía circular y la gobernanza participativa, estos sistemas tienen la capacidad de garantizar un desarrollo local sostenible recuperando el mercado interno de los productos locales. Todo ello permite contribuir a reducir las fracturas territoriales revitalizando las zonas rurales y también exportar a un mercado internacional más concienciado.
Hacia la sostenibilidad de la industria agrícola
La industria agrícola ha pasado en las últimas décadas por una fase de innovación. Ahora, la seguridad alimentaria, las nuevas tendencias y la sostenibilidad significan más oportunidades para las pymes agroalimentarias, tan necesarias para apoyar la seguridad alimentaria mundial.
Digitalizar el sector con el fin de aumentar la producción agrícola y hacer frente a los riesgos climáticos ha demostrado su relevancia, pues promueve la cadena de valor en términos de productividad, trazabilidad, calidad, acceso al mercado o control de la salud.
A pesar de que las nuevas empresas agrícolas mundiales invirtieron casi 20 mil millones de dólares en tecnología digital en el Mediterráneo en 2019, las empresas están luchando por lograr un buen desempeño. Están decididas a asumir el desafío de la digitalización para conseguir una agricultura moderna, competitiva, global y sostenible con los recursos que sean necesarios, intentando así convertirse en un centro importante para la digitalización de la agricultura, dada la infraestructura de comunicaciones eficiente y el acceso a la información del que disponen. La transformación digital de la agricultura aumenta el atractivo del sector y ofrece oportunidades de empleo a los jóvenes en un mercado laboral más dependiente de la tecnología.
Sin embargo, hay opciones. Es posible implementar estrategias para lograr una industria alimentaria sostenible ayudando a los agricultores y pequeños productores. Es preciso eliminar las barreras. Por ejemplo, es preciso invertir en energías renovables como la eólica, solar o hidroeléctrica, a través de asociaciones público-privadas para aumentar el suministro de electricidad y facilitar la producción y el procesamiento local de alimentos.
Es posible mejorar las infraestructuras, carreteras, y caminos para conectar las zonas productoras rurales y agrícolas con los mercados, además de facilitar subsidios directos a los productores rurales, que son los que pueden evitar el hambre, la pobreza extrema y la emigración. Atraer inversiones internacionales hacia el sector agroalimentario regional puede incrementar el volumen de productos regionales e internacionales de manera significativa y sostenible. Algo que también promoverá el empleo equitativo entre hombres, mujeres y jóvenes.
Es urgente una nueva visión que pase por la asociación del sector agrícola y alimentario en el Mediterráneo, basado éste en redes de desarrollo conjunto que ayuden a superar las crisis actuales y futuras.
El potencial de la región meiderránea
Europa cuenta con un sector agroalimentario cooperativo y privado ansioso por desarrollarse en el Mediterráneo y, a través de la orilla sur, llegar al continente africano. Las empresas europeas tienen además un musculo financiero, medios que brindar a las empresas de la región, y conocimientos técnicos, más allá de la condición de mero proveedor. El Mediterráneo sur y oriental, así como el África oriental y meridional, ofrecen importantes posibilidades de expansión para las empresas europea. Por otra parte, la Zona de Libre Comercio Continental Africana, que entró en vigor el pasado 1 de enero, pronto conectará a 1.300 millones de personas, creando un bloque económico de 3,4 billones de dólares. El potencial de la región mediterránea es considerable en cuanto a que indicadores financieros alentadores pueden combinarse con objetivos reales de desarrollo sostenible.
El destino de Europa y África está vinculado, y el Mediterráneo es el espacio natural de este eje. Es por ello por lo que hay que aunar voluntades, defender los intereses convergentes y apostar por una mejor cooperación. Se debe romper con los miedos y dibujar el futuro de las próximas generaciones.
Este artículo de opinión se encuentra disponible para su lectura en el número 184 de Óleo.